miércoles, 20 de marzo de 2013

Los castillos de gominolas volverán a ser polvo

Hoy pensaba en el voluntariado... creo que no hay labor mas voluntaria, ni que ayude a cambiar el mundo que una verdadera amistad. Todas las experiencias y emociones que puedes vivir viajando al otro lado del planeta las tienes aquí, junto a la persona que está a tu lado, el más necesitado, el pobre de los pobres. El dolor por verlo sufrir, y saber que la solución no depende de ti, el terrible precio del Sentido, que si no se puede pagar, si no se consiguen suficientes donativos para alcanzarlo, el hambre del espíritu da las peores punzadas en la tripa, dolores y torturas que te ponen a las puertas de la muerte. Se inflama el corazón, como aquellas pancitas vacías que cuelgan de los cuerpos africanos, así está el alma de muchos de mis amigos, no sé de cuáles, quizás ellos tampoco.
La muerte de un alma, de un alma que nunca muere sola, que siempre se lleva parte de la nuestra consigo, su muerte siempre duele más que la de un cuerpo, que aunque sólo sea eso, un cuerpo, siempre guardó un alma inocente que nunca se planteó la posibilidad de dejar de luchar.
Este es un relato empapado por las lágrimas de la muerte de un amigo que decidió irse hace a penas unos días, se cuentan con una sola mano. No pude llenar su corazón, nadie pudo. Su soledad fue tan grande que la ansiedad le consumió. Por eso lo llaman Flaco, quería devorarlo todo, pero pronto hasta el tiempo se le fue de las manos, dejando un hambre cada vez más profunda, unos huesos más visibles para todos, barbas largas y ojos cada día más amarillos. No necesité viajar a África para conocer lo más bajo a lo que puede llegar el hombre. Encontré aquí, en el esplendido Occidente, la hambruna más miserable que pudiera imaginar.


A veces no sé si os hablo de Geratho o de mi misma. ¿Cómo dotar de Sentido la vida de alguien más, cuando ni siquiera sabes cuál es el por qué de la tuya propia? No estoy hablando de “por qués” llenos de palabras hermosas, incluso  verdaderas, esos ya creo tenerlos, pero no sé si las palabras son capaces de mover la voluntad, de conquistar el corazón y enamorarlo de la vida.
Geratho pudo saborear la vida, la vida que él decidió tener. Siempre con un pie en la fantasía y el otro a tu lado; con una mano en tu hombro (lo hacía mucho) y la otra sosteniendo un pincel de acuarela; con  extraños vocablos que combinaban con una curiosa creatividad palabras de la más vulgar jerga mexicana, con barrocos adjetivos que ni Valle Inclán dominaba como él. Valle Inclán… lo conocí gracias a Geratho. Fue una sesión intensiva de charlas literarias en Plaza de Armas, Querétaro, con un café y tabaco como testigos. Al concluir estas sesiones con Geratho, mi amigo, un profesor de Bachillerato a sus 21 años, tendría que presentarme a la prueba de Selectividad. Él me ayudó a emprender el vuelo que me alejaría de él, de su lucha, de sus preguntas, de su soledad, de sus bailes…
Geratho bailaba como pocos, solo Giusseppe y Fabio lo pueden igualar, aunque a decir verdad, Geratho, por tener el cuerpo más diminuto, se movía con una gracia particular. Una sonrisa siempre de oreja a oreja, una mirada de disparaba emociones, una pierna bailonga y múltiples gestos con las manos que manifestaban su estado natural de nerviosismo.
Recuerdo cuando tuve mi primer novio y fui a contárselo. Me lo encontré en la esquina de 16 de septiembre, en las escaleras de La Congregación, no le gustó nada la idea, y como es propio de él, fue incapaz de disimular sus sentimientos. Miguis, mi hermana y su amiga, dice que yo le gustaba. Creo más bien que Geratho era un enamorado de la mujer, y del hombre también, enamorado del amor, por eso su tensión constante. Estar con sus amigos era casi una prueba, un reto: llegar a ser él mismo, su yo más orgánico, darlo todo, darse a todos, cuidar los gestos, no ofender a nadie, acoger a todos. Por eso amaba tanto a sus amigos, porque lo conocíamos y lo aceptábamos, porque todos compartíamos un poco la misma locura.
Hablar con él era una delicia, se involucraba muchísimo con lo que tuvieras que contarle, sus gestos no podrían ser más expresivos, además iba acompañando cada frase tuya con sus propios comentarios, reflexiones y recuerdos. Una estampida de interrupciones, con las que o te desesperas y le dejas, o te echas unas buenas risas.
PIKO: Geratho ¡qué gusto que estés en Madrid!
GERATHO: Oh Piko, Madrid una maravillosa ciudad, cuántas conspiraciones se estarán tramando ahora mismo en cualquiera de estos rincones.
PIKO: (entre risas) Ayer hablé con Lima…
GERATHO: Lima, gran muchacho, curioso apellido, pronunciarlo desata múltiples aromas.
En fin, que cuando hablabas con él la conversación podría dirigirse a cualquier sitio, había siempre una multiconexión de temas y mundos.
El que yo hubiera vivido como monja durante algunos años le intrigaba mucho. Me confesó que le alegraba que hubiera vuelto, que debía de enamorarme. Nos habíamos conocido desde antes de mi cautiverio. Cuando salí cometí el error de no hablar mucho del tema con él. Geratho y sus amigos, “Los Neónidas” eran de las pocas realidades que no habían cambiado en Querétaro, yo tampoco quería cambiar con ellos, su mundo me parecía tan apetecible que no tenía nada que aportar con mis charlas religiosas, ahora pienso que no habrían estado de más. El resto de mis amigos lo necesitaban, sí, no tenían otra cosa en la que creer, pero “Los neónidas”, creían en sí mismos, en el mundo que ellos habían creado. Nos limitábamos a tener extrañas conversaciones donde todo eran juegos de palabras, imaginar mundos ficticios, reírnos de las personas, bailar como creaturas inhumanas, crear universos a nuestra medida.
¡Qué fácil hablar de todo y la vez de nada! ¡Qué difícil abrir tu corazón a las personas que amas!  Sobre todo, lograr tú ser ese lugar donde puedan ellos descansar, apoyarse en ti, y creer que la propia amistad es una razón suficiente para vivir, “te amo es decir: No quiero que mueras” (Marcel).
“El suicida ama tanto la vida, la quiere tanto que se suicida porque no puede soportar que no sea como él quiere” (Schopenhauer). Crearon un mundo, cada uno de ellos, de nosotros, de todo aquél que pudo asomarse a ciudad Hermes, al mundo Neónida.
Geratho era artista, uno grande, pero entre creativo y creador hay un paso imposible de saltar. ÉLl intentó hacerlo y no había alguien que pudiera detener su caída. ¿Y si el mundo tal cual es, es más hermoso que el más hermoso de nuestros sueños? ¿Por qué nos creemos creadores, que perfeccionamos lo que Alguien más ya creó, antes incluso de conocer lo creado? Creo que Gratho no me escucha más… incluso yo soy incapaz de escuchar estas palabras… el mismo error de Calígula, la incapacidad de aceptar la realidad como le era dada, quizás simplemente por ese mismo hecho, por ser dada y no tomada. Cuando se ve así el día a día, vivir se convierte en una decisión, la más agotadora de las pocas y verdaderas decisiones que se toman en este corto viaje.
Hablaba de ciudad Hermes, es el mundo paralelo que crearon los Neónidas, un grupo de amigos bohemios: Horacio, José, Antonio y Gerardo y cada uno de sus alter-egos: Warpola, Giuseppe, Antonius y Geratho. Hermanos de tinta, de sueños y de vacíos, de egos nunca saciados y hasta ahora, no comprendidos. Puedo decir que yo no formé parte de ellos, logré saciar mi sentido de pertenencia con otras realidades de las cuales nunca podré tener el orgullo de decir que fueron creadas por mi misma. Ni siquiera esta creación fue suficiente para ubicar a Geratho.
¿Qué es voluntariado? Me suena a voluntad, a decisión, a donación, a amar, a cambio. No me gusta pensar que hago voluntariado ciertas horas a la semana o un mes al año, mi consciencia no me permitiría vivir con esa mediocridad. He de vivir en clave de voluntaria, de entrega constante, en lo más auténtico, lo más humano, el amor mismo, la amistad. Es una responsabilidad social dotar de Sentido mi propia vida y hacerles compartir este valor con aquellos a quienes amo.
Geratho me llamaba Pikoreta gominola. Sé que le encantaban los colores, el azúcar y los sabores tropicales, pero no me llamaba así por ninguna de estas razones. Un día salió el tema de que en España a las gomitas de dulce las llamaban: gominolas. Esta palabra le produjo una musicalidad novedosa, le ilusionó incluso pronunciar estas letras. Eso era muy suyo, vivía abrumado con su capacidad de asombro. A los pocos días de haberme bautizado como Pikoreta gominola, en un cumpleaños, me escribió: “Piko, la república gominola (y su presidente Fernán Goma) se unen con entusiasmo a tus celebraciones, sigue permaneciendo en la infancia, sigue abriendo las colas de los pianos para ver el arpa que llevan dentro, sigue comiendo manzanas para llegar a los semilleros, armando álbumes de los felices viejos tiempos, sigue descubriendo ciudades en tu bicicleta, dos besos. Disfruta de tu día. Ojalá pueda ir en la noche a ese evento. Te quiere Geratho”.
Si no fuera por Facebook no tendría más evidencias de que formé parte en su vida. Perdí las acuarelas que me hizo y las dedicatorias de sus cuentos, ese tipo de cosas que nunca guardas porque se te olvida que las personas no siempre estarán ahí.
Yo hoy saco la alfombra roja, extiendo los manteles largos, me pongo sombrero de copa y brindo con ambrosía por la vida de Geratho. Festejo su vida, bañada en gominolas y desnudando pianos de cola. Vuelvo a optar por vivir, por conocer gente como él, por bailar en el no-tiempo, esas breves experiencias imperceptibles en su momento, pero que en realidad, tejen los versos que intentan narrar una historia.
Para algunos Geratho habrá muerto como un héroe, como tantos íconos de la historia que se fueron antes de ser corrompidos, de tener la oportunidad de equivocarse, de decepcionar, de pedir perdón. No llamaría a su muerte heroica, pero si a la emoción a la que me invita , pues solo puede ser abordada con heroísmo, me pides que ame, que sea, que viva. No puedo ser voluntaria de otros, si no soy amiga de los míos. He de vivir intensamente y en el camino ir empapando a los demás con mi propia vida. No puedo vivir a medias, los demás necesitan que viva plenamente, somos todos parte del mismo cuerpo. No me puedo dar el lujo de enfriar motores, de amar poco, de vivir poco, de entregarme poco. La vida es un juego, hay que arriesgarlo todo. Si estamos vivos se ha de notar no solo por nuestro aroma. Nuestra propia existencia vivida en plenitud ya es en sí una compañía para la humanidad, pero qué pocos son aquellos que se dan cuenta de esto. Yo aún no termino de entenderlo.
Chesterton, del que algunas veces hablé a Geratho, decía que la historia no se rige por causas económicas, contradiciendo a Marx. No podemos confundir necesidades con causas. Uno no vive para tener algo de comer, tampoco da la vida por eso, son preguntas del corazón las que han de ser saciadas, y el voluntario es aquél amigo que ha de acompañar esta búsqueda, aunque a veces no haya más palabras que las que entona el silencio.

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